Autor lucce

noviembre 12, 2007

Punk Not DeadNo seríamos nada sin ellos y ellas: usuarios, educandos… No me gustan ambas palabras, pero, como habréis adivinado, hablo de las personas para las que trabajamos o por las que trabajamos.

Su presencia es intrínseca a nuestra labor; bien sea de forma directa o a partir de intervenciones indirectas, el target, los sujetos destinatarios de nuestro trabajo son las personas. Educación Social. Personas dentro de la sociedad o fuera de ella, trabajando por integrarlos, en la medida de lo posible, en la mencionada colectividad.

En general, la presencia de estas personas en el Educablog tiene poco protagonismo. Pasan por aquí como miembros fundamentales de nuestras experiencias, pero aquí su voz no tiene excesivo peso, aunque, como vengo diciendo, sin ellas y ellos, no existiría este espacio pues no existiría nuestra profesión.

A pesar de ello, existen sitios en los que estos importantes sujetos, tienen un papel destacado. Así, por ejemplo, hay un blog que, personalmente, me encanta en el que son los indigentes de Madrid quienes tienen todo el protagonismo: se llama Indigencia y lo recomiendo fervientemente a todos y todas los que habitualmente pasáis por aquí.

En fin, toda esta txapa introductoria viene a colación porque hoy mi intención es recordar a uno de esos usuarios, educandos, sujetos de nuestra intervención o como queráis llamarlo. Así, sin más, el objeto de este texto es autoprovocarme una sonrisa rememorando mi relación educativa con Tom.

Tom era punk. Muy punk, de esos de la vieja guardia, de los que ya a principios de esta década no quedaban. Con su cresta, su txupa con tachuelas, camiseta de los Exploited, pantalones pitillo, botas militar y toda la parafernalia. Tom era anti todo, como buen punk. Era tan anti todo que fue anti sí mismo.

Tom era yonki. Estuvo enganchado al caballo cosa mala. Cuando yo le conocí se estaba quitando. En realidad yo ya conocía a Tom antes de conocerlo desde un punto de vista «profesional». Tom vivía en mi barrio y, evidentemente, a tenor de sus pintas, no pasaba desapercibido. Recuerdo que antes de conocerle «profesionalmente» muchas veces venía a pedirnos dinero o tabaco a mí o a mis amigos.

El día que llegué como voluntario a la entidad en la que estaba siendo atendido Tom le vi en la cocina. Estaba fumándose un cigarro y con los cascos puestos, escuchando a todo volumen Cicatriz o MCD o alguna banda de aquellas míticas de principios de los 80, junto a más gente. No sé por qué no me sorprendió encontrármelo allí. Bueno, es lógico, ¿no? Una asociación del barrio que trabaja con yonkis y un yonki del barrio… Había muchas papeletas.

Pues allí llegué yo, todo pardillo, a foguearme en un ámbito como el de las drogodependencias. Tom se mostró desde un primer momento muy hospitalario, dándome coba y dándome unas txapas terribles, por qué no decirlo.

Yo no limité. Le entraba al trapo y eso hizo que las comillas que ponía arriba entre la palabra profesional adquiriesen toda la vigencia posible. Quiero decir que no actué de forma profesional. Así, no marqué distancia (ya hablamos de ello, ¿os acordáis?) y al salir del piso de la entidad, Tom bajaba conmigo, me acompañaba hasta casa, me gorroneaba tabaco o me sonsacaba dinero para pillarse unas birras.

De aquellas yo era portero del campo de fútbol de mi pueblo, osea, interventor, es decir, el que cortaba las entradas o miraba los carnés de los socios del equipo para ver si eran de tribuna o no. Ingenuamente, comencé a invitar a Tom a que bajara a ver el fútbol. Yo le colaba. Yo entendía este favor como una especie de actividad que podría ser beneficiosa para Tom. Recuerdo que los socios del equipo, tribuneros de pro, miraban con una mezcla de sorpresa, miedo y asco a Tom, sobre todo cuando éste, a mi lado, se hacía unos mega porros que atufaban toda la grada.

Llegó un momento en el que Tom empezaba a llamarme al portal, que me venía a buscar a casa. Llegó un momento en el que mi cuadrilla se mosqueaba cuando Tom se nos pegaba y nos daba la caca. Llegó un momento en que mi hermano, que le conocía de haber ido con aquel punk a la catequesis, me decía que tuviese cuidado.

Yo les escuchaba y los entendía a todos, pero no sabía limitar a Tom, no sabía decirle: «Oye, Tom, tú y yo sólo tenemos una relación educativa. Yo te acompaño de esta hora a esta otra y aquí paz y después gloria». No sabía.

Tom era, dentro de lo que cabe, dentro de su paranoia lisérgica, un tipo reflexivo, con unas ideas super curiosas y elaboradas. El me veía a mí y a los psicólogos y a todos los educadores y educadoras como unos parásitos que se aprovechaban, para más inri, de la gente más tirada. Iba en nuestra contra pero, al mismo tiempo, nos necesitaba.

Así estuvimos bastante tiempo. Poco después, mientras yo seguía de voluntario, comencé a currar en una tienda de discos. Tom, obviamente, se enteró de este hecho y comenzó a acudir regularmente a este establecimiento, más cuando yo le hice algún que otro descuento en algún CD de Eskorbuto o los Death Kennedys. Un día hasta me vino con su hijo. Tom tenía un hijo.

Vivía muy lejos de él y se veían cada mucho. Al hijo de Tom se le veía en la cara que no quería estar con su padre. A Tom se le veía que prefería gastarse su escasa pasta en la sempiterna lata de cerveza de medio litro que le acompañaba siempre y en algún que otro CD, por no hablar de sus porros y, cuando se quería pegar algún homenaje serio, algunos gramitos de speed o de farlopa. Caballo no, eso nunca más, decía. Tom no se iba al cine con su hijo o a merendar. Tom no sabía de esas cosas.

Cierto día estaba yo estudiando para un examen de la uni, de Educación Social, por la mañana, cuando llamaron al timbre. Era Tom. Tom me pedía que le acompañase a la tienda para hacerle un descuento en no sé qué disco. Tom estaba alterado o ilusionado, no lo sé. Llevaba una temporada con altibajos: se había arreglado la boca (antes no tenía dientes apenas, por culpa de algunas palizas que recibió) y había pillado un curro de jardinero que le permitía mantener ciertos gastos. Asimismo, también por aquel entonces, fue agredido por otro yonki con una navaja (compañero en el centro al que acudíamos, por cierto) y últimamente estaba consumiendo bastantes porros lo que le impedía acudir a muchas de las actividades de la asociación.

Yo le dije que no le acompañaba, que no iba a ir y que hiciera lo que quisiera. Tom me insistía. «No seas julai, va a ser media hora, vente, joder», escupía. Mi respuesta se mantuvo firme: No. Ese día me puese serio y le limité. Seguramente otras veces también lo habría hecho, pero recuerdo especialmente aquella situación, a través del telefonillo de mi casa.

A la tarde volví de la uni. Me fui al bar de siempre a echarme una cerveza con mis amigos. Uno de ellos comentó en tono jocoso que habían encontrado el cadáver de un yonki en la ría, ahogado. Al parecer, se había metido en un centro comercial, debió robar un disco, le pillaron, los seguratas le siguieron; el tipo en cuestión, tratando de escapar se ocultó entre unos hierbajos adyacentes a la ría y cayó a la sucia agua, muriendo ahogado en la misma.

Otro de los allí presentes se refirió a Tom. ·»Igual ha sido Tom», inquirió. Desde las primeras palabras, un escalofrío recorrió mi espalda. Era Tom. Seguro que era Tom. Dos días después, asistía a su funeral a la iglesia del barrio. La cara de los padres, con quienes algún día hablé, reflejaban una mezcla de desconsuelo y enorme pena con alivio. Fue una vida muy dura para ellos la situación de su hijo.

No recuerdo si lloré, qué queréis que os diga. Tom murió con 33 años. Tom fue un usuario, educando, sujeto de intervención o cómo queráis llamarlo muy especial. Todavía le veo en los parques gritando las arengas punks que resonaban en sus oídos a través de los auriculares de su walkman, con su lata de cerveza barata, el cigarro gorroneado a alguien, sus pelos de colores y su boca sin dientes. Todavía recuerdo la txapa que me esperaría si me pillaba por banda.

Después de Tom han sido muchas las personas conocidas en contextos educativos y seguro que si me esfuerzo, de muchas de ellas podría escribir en un tono parecido. Pero para recordar a Tom no he necesitado esfuerzo. Está ahí. Siempre está ahí.

Esta profesión es maravillosa (y jodida) por estas personas. Esta profesión es así por personas como Tom. Allá dónde estés: Punk Not Dead!!!

Sobre el autor

lucce

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  1. El gran Tom: Me viene a la mente el grande tambien de Fernando Arrabal, padre del teatro panico. En una entrevista de esas misticas con Quintero, se autoproclamo anarquista del Anarquismo. Se referia a el mismo como creador de un partido politico anti-anarquista que solo contaba con un solo miembro: el mismo.

    Como Tom. Un anti de todo, pero un Todo de si mismo.

  2. Maravillosa historia, Lucce. Me acuerdo que un día comentamos este tema y me alegro de que te hayas atrevido a escribirlo. Es real, vivo y habla de lo que somos antes de nada; Humanos.
    Gracias por tus letras compañero.

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