
La primera vez que conocí el significado de la palabra apátrida fue con él. Fue con un niño grande, de piel oscura, que nadie sabía dónde había nacido, qué nadie sabía dónde estaba su padre o quién era. Sí conocíamos a su madre, sí, pero bastante tenía ésta con sacar adelante a otros tres hermanos más.
Fue el primer menor al que vi, en vivo y en directo, que parecía sacado de un reportaje de niños de la calle. Inhalando pegamento, robando a otros niños, yendo con mayores de edad más pequeños que él en estatura…
Fue del primero que me llamaron de un piso de protección diciendo que no podían con él después de que reventara varias puertas del hogar; fue con el que flipé al enterarme de que le había roto un brazo a un policía municipal o de que había tratado de arrojar a su madre por las escaleras.
Fue el primero que me sedujo. Fue ese primer caso que a todo el mundo le toca la fibra, que te llevarías a casa, que adoptarías… Ese chico por el que, en los primeros años de profesión, peleas con uñas y dientes aún a sabiendas de que lo tiene muy negro.
Y es que, a pesar del currículum presentado, era un chaval increíblemente cariñoso; no eludía en ningún momento un achuchón, un abrazo, una sonrisa sincera, como las que él echaba… El típico jatorra, como dicen por aquí… El típico que, eso sí, si te descuidabas, te la metía doblada.
Muy cariñoso, muy majo, muy necesitado de afecto…. Efectivamente… Y sin límites ni siquiera para quien tiene más cerca. Con la necesidad de querer creer en alguien y la certeza de no poder confiar en nadie. Con el «lucce, amigo, vamos a echar una partidita de futbolín juntos» y el «lucce, amigo, te voy a robar la cartera a la mínima que pueda«, como, por otra parte, desgraciadamente hizo, aunque sustituyendo teléfono móvil por cartera.
Y ahora, nueve años después, a punto de cambiar de curro, me acuerdo de este apátrida seductor… Me acuerdo de él, al igual que como cuando os hablé de Tom, a pesar de que por mi vida profesional han pasado otros muchos como él.
Le he perdido la pista y no sé qué habrá sido de él. Espero que esté bien y que, por fin, haya encontrado alguien en quien poder confiar y a quien poder mostrar esa sonrisa verdaderamente sincera.
A mi este recuerdo que compartes con nosotros me sugiere el papel central que tienen las PERSONAS en nuestro trabajo. Son personas y dejan en nosotros la huella de hechos y momentos importantes, irrepetibles porque los construimos entre nosotros en ese momento, a la medida de ese momento…