Recibo a una madre en el despacho. Llega a mí, Educador, derivada desde los servicios sociales. Este organismo ha considerado, tras, supuestamente, hacer una valoración de la situación de esta mujer y su familia, que es susceptible y conveniente que se realice un acompañamiento socioeducativo. Es decir, esta persona llega a mí, Educador, con un encargo institucional, con una demanda que, podríamos pensar, es ajena a ella, más allá de que se la hayan explicado y de que la acate (en mayor o menor medida) en función de sus distintas motivaciones.
¿Qué quiere esta mujer en realidad?, ¿que la dejen en paz?, ¿que se le eche un cable?, ¿que sí, que alguien la acompañe? Entiendo que habrá que preguntarle a ella qué es lo que quiere, más allá de lo que le hayan dicho, más allá de lo que pone en el informe de valoración.
Por otra parte, ¿que quiero yo, como Educador? ¿Cumplir con el encargo?, ¿cumplir con lo que ella me plantea?, ¿y si es un dislate?, ¿y si lo es la propia demanda de los servicios? En teoría, lo lógico, creo yo, planteadas estas dudas, debería ser un fifty-fifty, ¿no? Esto es, tratar de responder a lo encomendado por la institución sin con ello quebrantar la demanda que exponga la propia usuaria de la misma. Habrá que indagarlo, pues, y ver cómo pueden casar ambas pretensiones. A ver si las podemos hacer coincidir, en caso de que no coincidan previamente.
En cualquier caso, hay un objetivo último común a ese proceso de intervención que estamos a punto de iniciar que estaría bien hacerle ver a esa señora y que estaría bien recordárnoslo a nosotros mismos como profesionales: mire, señora, la meta final de esta relación que estamos a punto de comenzar, ¿sabe usted cuál es? Que yo desaparezca. Desaparecer. Sí. Si yo, Educador, desaparezco, será una buena señal.
Curioso objetivo. Conflictivo, incluso. Digo lo de conflictivo porque, si lo extrapolamos de lo particular (la atención a esta señora) a lo general, podríamos hablar de que, en cierto modo, tenemos como objetivo colectivo el desaparecer. Desaparecer como profesión. Efectivamente, aquí se detecta un llamativo choque identitario. Ya no somos necesarios. Todo está bien. Dediquémonos a otra cosa, mariposa. Utópico, ¿verdad?
Volvamos al despacho, por más que esta imagen o habitáculo le pueda chirriar a muchas compañeras y compañeros. Y me digo que, a lo mejor, si le empiezo con esta historia del desaparecer a la mujer que se sienta delante mío, a lo mejor, digo, le genero una angustia innecesaria. No sé. Bueno, ya se irá viendo. Que a ver qué quería usted, que a ver qué le parece todo esto, que qué tal está, que qué espera usted de este proceso… esas cosas.
Ojo, que también me puedo atener a lo que me ha pasado la Trabajadora Social y, nunca mejor dicho, dedicarme a cumplir el expediente. Ya tengo información. Puedo empezar a manejarme con ella. Esto sería algo así como: usted viene aquí por esto y por esto y yo tengo pautas, herramientas, instrumentos que le van a servir. Seguro que esto ya se lo han explicado, ¿verdad? Es más, puede que incluso tenga alguna otra cosa más por ahí en función de lo que usted me pida, señora.
Quién sabe. Puede que esta modalidad le tranquilice más a esta mujer. Al final, buena parte de la gente con la que trabajamos en el mundo del acompañamiento social viene pidiendo este tipo de cosas, ¿no? Consejos, trucos, tablas, cálculos, recetas… sería más fácil y tranquilizador. No sólo para ella. También para mí, Educador. Cuántas angustias nos ahorramos funcionando así. Pim-pam. Tranquilidad profesional, amigos. Patrones creados científicamente para cada caso. Diagnóstico-pautaje-solución. Fácil, ¿verdad?
Ya. Ya sé que me detectáis el tono de que no. De que no es así. Pero, aún no siendo así, ¿cuántas veces caemos en ese tipo de modelos? Es más, ¿cuántas veces nos damos cuenta (o, incluso, no lo hacemos) de que esto está montado para actuar así? Bueno, es fruto del modelo de control social en el que estamos envueltos. A veces, sólo a veces, somos un poco robots. Y ya sabemos que los robots, al menos en otros ámbitos, vienen para suplir algunas de las funciones que, normalmente, han desempeñado las personas. Y ahí está de nuevo: a desaparecer. Estamos abocados a desaparecer, amigos, a ser sustituídos por robots.
Perdonadme, perdonadme. Se me ha quedado a huevo esta parte del texto para entroncarla con la anterior y, al mismo tiempo, para darme la excusa del título. Me he equivocado. No volverá a ocurrir, como diría el rey emérito.
Pero volvamos al despacho. Pero, por qué no, volvamos para salir de él. Para irnos a la calle, a tomar un café. Para preguntarle a la señora. Para que ella cuente. Escuchémosla. Digámosle a cosas que sí y a otras que no. Admitámosle, incluso, que hay cosas que no sabremos hacer en este tiempo. Seamos honestos con ella. Tratemos de hacerle ver que dado que el encargo institucional marca que estamos obligados a pasar equis tiempo juntos y que, llegado el momento, tendremos que darle algo a quien nos hace la demanda, mejor que ese tiempo sea agradable y provechoso. Hagamos cada sesión de trabajo memorable. Positiva. Ya sabemos que no está aquí por gusto, señora, pero seguro que somos capaces de sacar un montón de cosas que, al final, sí sean de nuestro agrado. Cambiemos la perspectiva. Reelaboremos conjuntamente los objetivos, los de ella y los de los servicios sociales. A ver qué sale. Vinculemos.
¡Qué bonito todo! Ay. Pero sí, ahí está el quid, ¿no? En el vínculo, en la relación educativa. No por muy cacareado deja de ser cierto. Esta es la clave de nuestro trabajo, chavales y chavalas. Vinculemos con el objetivo de desaparecer. Trabajemos primero la relación y luego todo lo demás. Menos pautas y más criterios (¡pinchad, malditos, que es buenísimo el artículo!), copón. Eso no lo podrán hacer las máquinas por mucho que desaparezcamos. Si es que nos dejan desaparecer, que esa es otra.
Que esa es otra que ya se abordará, si acaso, en otro artículo. No voy a aburriros más ni quiero aburrirme yo leyéndome. Llevaba desde diciembre sin escribir por estos lares y me ha surgido la necesidad de hacerlo por un totum revolutum sobrevenido gracias a varias lecturas (entre ellas esa de ahí arriba que os he linkado y que, insisto, os recomiendo encarecidamente) y a una formación que he recibido hace escasos días (gracias, Néstor)
Pues eso, que desaparezco ya de aquí. Que ese era el fin último de este artículo: hablar de desapariciones surgidas de apariciones y no marianas, precisamente.