Andrea es una joven castellonense de 20 años, dispuesta a disfrutar de la vida y de su familia. Pronto se acercan las navidades y en esas fechas, pretende pasarlas con los suyos, en un entorno más cálido y cercano, alejada a ser posible del reciente tormento relacional que ha padecido.
Es 13 de Diciembre y nuevamente, acaba de recibir amenazas y un intento de atropello por parte de su expareja, un joven de 22 con varios capítulos actuales y pasados de violencia machista. Decidida, se dirige a la comisaria de Policía más cercana y pone en conocimiento de las autoridades competentes, dichos sucesos. 10 días más tarde, Andrea yace empotrada en una gasolinera, al ser raptada por su asesino y expareja; y estrellar este deliberadamente su coche.
La maté porque era mía, que diría la canción. Y es que en España, parte de nuestra literatura escrita tradicional y musical, sigue teniendo la bochornosa honra de estar en vigencia. La conciencia y cultura machista más rancia y abominable, como herencia de nuestro pasado más turbio y segregador.
10 días. Ese es el nuevo marco temporal de la vergüenza. Y en medio, hordas de datos y estadísticas para arrojar mas confusión y bochorno a la historiografía del suceso: en la actualidad el ratio de protección policial establecida para personas en situación de riesgo es de 1 Policía por cada 70 mujeres (por cada 20, en el mejor de los casos, según la CCAA), el incumplimiento de ordenes de alejamiento por parte de los maltratadores sigue estando en niveles desproporcionados, los Juzgados especializados en violencia de género han cumplido diez años desde su fundación y continúan con un excedente de expedientes bastante importante, trasladándonos de alguna manera a la fatídica ambivalencia Justica tardía, justicia baldía.
Un policía, en el ejercicio de su actividad, indexa los datos de los últimos hechos violentos denunciados por la propia victima. Durante el ejercicio protocolario establecido, el ordenador/base de datos/herramienta del agente resuelve la denuncia con el dudoso resultado de “nivel de riesgo medio” para la victima. Dicho informe se deriva al juzgado correspondiente, cuya jueza dos días mas tarde en el ejercicio de sus competencias, estima la consideración de establecer una orden de alejamiento de 200 metros del acusado y la prohibición de establecer cualquier tipo de comunicación. La fiscal solicitó la práctica de más y nuevas diligencias, para constatar más información sobre diversos actos violentos descritos, por lo que el juicio no pudo realizarse, a pesar de que la jueza toma declaración al acusado y a la victima. El abogado de la victima, tampoco solicita prisión provisional para el acosador y se adhiere a los criterios de la fiscal.
Seamos claros, asesino solo hay uno. La duda que nos asoma, es si como sociedad, como estado, como funcionarios de la administración o guardianes de la protección ciudadana, incluso como docentes o familiares de nuestros potenciales asesinos y nuestras victimas, tenemos algo que cuestionarnos.
Lo que si se, es que a los políticos y técnicos de carácter decisorio, en cualquiera de las competencias en las que de lugar la protección y cuidado de las personas en riesgo, hemos de recalcarles que se retomen postulados y procedimientos de carácter social, resituando la calidad y prestación de los servicios en la centralidad de las personas. Ningún ordenador ni máquina ni herramienta de medición estadística, con capacidad decisoria sobre la vida de las personas, por favor. Y si se produjese un error humano (que no lo deseamos), al menos que provenga desde la práctica ética, jamás desde la negligencia delibrada o la mala praxis.
¿Pueden los protocolos ayudarnos a la reducción de riesgos y mejorar las prácticas sociales? Pongámoslas sobre la mesa y debatamos entonces.
[button link=»#»]“No soy un cliente, ni un consumidor, ni un usuario del servicio. No soy un gandúl, un mendigo, ni un ladrón. No soy un número de la seguridad social o un expediente. Siempre pagué mis deudas, hasta el último céntimo y estoy orgulloso.
El tipo de personas me da igual, siempre las he respetado y ayudado. No acepto ni busco caridad. Me llamo Daniel Blake: Soy una persona, no un perro. Y como tal exijo mis derechos, exijo que se me respete. Yo, Daniel Blake, soy un ciudadano. Nada más ni nada menos. Gracias”.
(Yo, Daniel Blake, Ken Loach, 2016)[/button]