Pues ya que me lo preguntas, querido pariente… ya que me lo preguntas, querida amiga… pues algo tendré que deciros, sí. Inquirís alarmadas por los últimos episodios violentos en los que han estado implicados menores de edad en nuestro entorno. Unos sucesos trágicos, impactantes. Y me preguntáis, por wathsapp, tomando un café, a ver qué está pasando, que a ver qué opino, si es normal esto, si se nos ha ido de las manos, que a ver qué hacemos con los angelitos (sic) a los que atendemos… etcétera.
Y me lo preguntáis también, claro, ante los cientos de páginas, ante los numerosos artículos, frente a las numerosas conversaciones en la cafetería o en la pescadería… entiendo que lo hacéis buscando encontrar algo de claridad ante tanta maraña de opiniones… entendéis, supongo, que por el hecho de trabajar diariamente con chavales y chavalas, puedo aportar esa claridad que demandáis, que podré dar respuesta a la necesidad de explicar lo inexplicable… pero, ¿sabéis qué? Las respuestas no son fáciles, queridos. Siento informaros que, en estos casos (como en muchísimos otros), no hay varitas mágicas ni soluciones al alcance de la mano. Además, a pesar de ser expertos y expertas, también necesitamos digerir lo que está pasando. Leer, escuchar, hablar, tratar de entender.
Pero bueno, ya que me lo preguntas, querida familiar, ya que me lo preguntas querido amigo… expondré una especie de vomitona que, con el paso de los días, he ido acumulando y que, espero, os pueda (y me pueda) servir… espero poder contestaros a algo de lo que nos planteáis en las siguientes líneas, aunque, como os decía, no os pueda dar grandes conclusiones o remedios y, además, quizá ni siquiera estéis de acuerdo con algunas de las cosas que leáis…
Preguntáis, por ejemplo: ¿evoluciona de forma más violenta o agresiva la juventud actual que la de antes? Personalmente considero que, haciendo el ejercicio de recordar cómo eran (éramos) hace unas décadas y admitiendo, por tanto, que esta práctica no aportará evidencias ya que está basada en percepciones, diría que, desgraciadamente, peleas, agresiones, robos e incluso asesinatos en los que han estado implicados menores de edad han ocurrido casi siempre. Quizá me llame la atención la saña o la crueldad con la que, ahora, se dan en este tipo de situaciones o en otras como, por ejemplo, el acoso escolar. Una excesiva violencia, una agresividad gratuita, en la que la empatía y la consideración brillan por su ausencia. También resulta llamativo, bajo mi punto de vista, la falta de respeto al mundo adulto, incluso al de más edad, que indica una pérdida de referenciabilidad hacia las y los que, antiguamente, sí lograban infundir respeto o autoridad. En ambos casos, que quede claro, dichos aspectos me parecen sintomáticos de estos tiempos, no representativos o relevantes.
Por otra parte, creo que habría que complementar esta respuesta aludiendo, una vez más, a la cabeza fría. Creo que a veces nuestras percepciones pueden verse alteradas por los veloces relatos que genera la propia actualidad o por la (sobre)exposición mediática que hace que, a diferencia de antaño, estos episodios tengan ahora un mayor eco, una mayor repercusión. De hecho, muchos estudios apuntan a que los índices de delincuencia en nuestro entorno han disminuido, dato que, como comentamos, choca con esa percepción (¿aumentada?) social. Asimismo y ya que señalo parcialmente a los medios de comunicación, no estaría de más recordar que, a pesar de que no tengan presencia mediática generalizada, la mayoría de los chicos y chicas no cometen actos violentos; los sistemas de protección y los servicios sociales, aún con sus fallos, funcionan; y son muchos (la mayoría) los casos de éxito que se dan incluso con menores que han podido llegar a delinquir y que han salido adelante sin volver a hacerlo. Insisto en que estas situaciones no suelen aparecer reflejadas mediáticamente y, como bien sabemos, si no aparecen en los medios, parece que no existen.
También os cuestionáis o nos cuestionáis acerca de qué lleva a un menor de edad, a una adolescente, a un chico, a una chica a delinquir, a veces en formas muy violentas. Preguntáis por las causas, ¿no? En mi opinión, son multifactoriales: problemas de salud mental, un entorno empobrecido, ausencia de valores, déficit educativo como consecuencia de una situación familiar desestructurada, una ausencia de acompañamiento o de referentes adultos como fruto, a su vez, de una cada vez mayor tendencia al individualismo o, dicho de otra forma, a la desaparición de una red comunitaria (la famosa tribu), un sentimiento de primariedad y de exigencia exacerbado entre los menores (“lo quiero ahora y lo quiero ya”), una importante carencia de límites y normas, etc… esos, más y la propia interacción entre ellos.
Y es ahí, amigos, familiares, donde actuamos. Tratamos de identificar las causas e intentamos incidir de forma preventiva para que no ocurran sucesos tan desgraciados. Pero esto, me vais a permitir, creo que es una labor de todos y todas: familia, vecindario, barrio, profesorado, medios de comunicación, etc. De hecho, otra de nuestras responsabilidades como educadores sociales es, precisamente, tratar de propiciar un cambio de paradigma social en el que nos impliquemos todos y todas y que ponga el acento en el respeto, la cooperación, los valores… y dé menos valor a la competitividad, a la satisfacción inmediata de nuestros deseos… los adultos, la tribu, la sociedad hemos de predicar con el ejemplo, de forma que algunos de estos chicos y chicas puedan volver a encontrar referentes que les sirvan a su alrededor.
Dicho lo cual, aún habiendo enumerado algunas de las posibles causas que puedan explicar determinados comportamientos aberrantes, es necesario resaltar ese calificativo de posibles. Es decir, no hemos de caer en preceptos deterministas. O sea, no todos los menores con problemas de salud mental, no todos los menores que viven en situaciones de pobreza, no todos los menores que pueden vivir en familias desestructuradas, etc… tienen porque acabar asesinando o agrediendo a nadie, no tienen porqué acabar delinquiendo.
Aludís también a mensajes que escucháis tipo: «Mano dura, mano dura es lo que se necesita». «Rebajar la Ley penal». «Que vuelva la mili». Sí, querido amigo, querido pariente… sé que estos mensajes circulan por ahí. Y sé que muchos de los que hayáis podido leer hasta aquí, lo expuesto hasta ahora quizá no os sirva. A pesar de ello, pienso que la respuesta a dar no puede ser otra. Sigo creyendo firmemente en que nuestra línea tiene que seguir basándose en la prevención, en la incidencia en las causas expuestas, en la educación social. Pero también creo que las y los profesionales que nos decantamos por esto y apostamos por lo expuesto, debemos escuchar esas voces que piden otras formas de actuación, aunque no las compartamos. Creo que debemos redoblar esfuerzos para, aun manteniendo nuestro discurso, no alejarnos de la población que pide una respuesta más eficaz, más visible. No podemos situarnos exclusivamente en un plano teórico, situarnos como gurús, lejos del suelo que pisan, que pisamos todas las personas. Tendremos que acompañar a los chicos y chicas que cometen delitos, claro, pero también a las personas que les han sufrido y, en ese sentido, creo necesario recordar que identificar las causas que pueden explicar estos fenómenos violentos y que nos sirven para trabajar, no justifican, no pueden justificar estos episodios. Y creo necesario recordarlo porque veo que, muchas veces, se nos olvida.
De hecho, personalmente, considero que algunos de estos chicos y chicas tienen que ser plenamente conscientes de que lo que han hecho es muy grave. Insisto: se les podrá acompañar, se podrá estar al lado de ellos y ellas para hacerles ver que, en algunos casos, lo que han hecho tiene o puede tener una explicación pero que esa explicación no les exime de responsabilidad y que sus actos han de tener consecuencias. Si no somos capaces de transmitirles eso, si no son capaces de comprender esa relación causa-efecto, a mi juicio, no les estaremos ayudando.
Estimo, a su vez, que un alejamiento por nuestra parte de la gente de a pie, si damos una precaria respuesta a estos acontecimientos, sin querer, estamos dando alas a voces que pretenden imponer modelos excesivamente autoritarios, excluyentes y discriminatorios. En muchas ocasiones, estos sucesos son el caldo de cultivo ideal para demandas que contravienen los derechos de muchas personas (menores y adultas). También nos tocará estar ahí para contrarrestarlos, claro, pero, como decía, igual podemos hacer más para desactivarlos previamente.
En fin, creo que, grosso modo, he respondido a algunas de las preguntas que me habéis hecho llegar estos duros días. Puede que incluso haya tratado de responderme a mí mismo a interrogantes que me han surgido. No sé si lo he conseguido adecuadamente en ambos casos y tengo la impresión de que hay mucho más por tratar a este respecto. Encantado estaré de leeros a quienes os apetezca participar de este debate.