El mismo día de mayo que a mí me toco “predicar” en la nueva Facultad de Educación de Bilbao (UPV-EHU) sobre los “profesionales inútiles” (en el 20 aniversario de la puesta en marcha de la Educación Social), Asier me regaló “Imago”. Coincidencias de la vida, yo hablé de las miradas y este pequeño libro también habla de ellas, aunque son miradas que sirven para enfocar una cámara, recogidas en retinas digitales.
El libro y yo, creo que defendemos como esencia de la profesión el saber mirar. En la conferencia insistí en que la educación social se definía por una “forma singular de estar, mirar y atender”. Ni en la práctica profesional ni en la cámara que registra vidas, caben las etiquetas, los indicadores de riesgo ni la beneficencia que pixela colores para crear buenas impresiones.
Imago nos recuerda que, con cámara o sin ella, siempre somos espejo. La mirada de nuestros ojos o la foto que devuelven al otro la dignidad de una persona que existe, que no se diluye en el paisaje, que es vista como persona. La mayoría de las veces no hace falta que hablemos. Miramos receptivos e interesados por saber de otras vidas. Al mirar vemos y retratamos retazos de historia con argumentos, damos existencia a sus relatos.
Miradas y fotos intentan decir a la otra persona “tu me importas”. Como cualquier foto de una persona querida colgada en la habitación, vamos acompañando recorridos, tiempos y etapas. Estamos allí y a ratos, cuentan con nuestra ayuda. Nuestro expediente se compone de imágenes y no de informes, tratando de imaginar la cara que pondrá la persona o el grupo cuando sugerimos un itinerario, una propuesta de cambio, una ilusión vital diferente.
Como las cámaras automáticas, no podemos dejar de obligarnos a ver y hacer descubrir la condición humana que nos rodea.
Jaume Funes es educador, psicólogo y periodista.
* El fotolibro IMAGO se puede adquirir a través de la página web de la librería ANTI, en este enlace: http://www.anti-web.com/es/autor/david-de-haro-educablog/
Recuerdo una vez que un buen amigo, fotógrafo también, me dijo algo bastante revelador. Que un fotógrafo debía ser como un monje budista. Inmóvil, atento, absolutamente concentrado en el hora, sin juicios ni perdido en pensamientos. Es una bonita forma de verlo.