Autor Iñigo

junio 14, 2018

Tuvieron que pasar veintisiete años para que se produjera el reencuentro.
Para ser sinceros, cinco años atrás tuve la oportunidad de abordarlo en la calle Bidebarri, a la altura de una tapicería que se cerraba por jubilación.
En aquel instante dudé por un momento, inseguro de sí lo conocía o no… bueno, si he de ser honesto, reuniendo el valor necesario para vivir un reencuentro imaginado con anterioridad, y que me producía temor y ansiedad, tal cual como me sucedía en el momento en el que subía el telón del teatro Gurea.

Yo iba hacía mí casa acompañando a mi ama cuesta abajo y él pasó a mí lado con paso tembloroso y ligeramente encorvado por el peso de los años y de sus vivencias.
La agitación que se despertó en aquel instante, me duró unos diez minutos. Mientras tanto, hablaba sin saber muy bien de qué.
Mi mente se quedó anudada a ese momento, a esa oportunidad perdida. Me avergonzaba de no haberme atrevido a decirle cuán importante había sido para mí su persona.

31 de mayo de 2018, presentación de IMAGO…Después de compartir tarima y escenario en la puesta de largo del último proyecto de Educablog y David de Haro, después de soltar los nervios de enfrentarme una vez más al público… después de saludar y atender a amigos y conocidos… le vi.

A tan sólo unos pasos de mí, allí estaba… tal y como lo recordaba cinco años atrás, canoso y huesudo, pero a la vez siendo el mismo profesor de teatro de treinta y tantos años que me ayudó a vencer la timidez.

Da la casualidad de que en la presentación de IMAGO estuve hablando de mi reflexión personal sobre el acompañamiento en la educación social.
“Quién acompaña puede necesitar en un futuro de un acompañamiento y a la inversa, quien es acompañado puede convertirse en acompañante”

En cierto modo, en aquellas clases de teatro me sentí acompañado en ese camino hacia la superación de mis inseguridades, en esa obra inconclusa que es la vida.

No fue el reencuentro imaginado, nunca lo es… el directo siempre es distinto a los ensayos, pero tuve la suerte de vivirlo, de atreverme… esta vez sí o sí pensé, y sin preludio me acerque y le dije, – ¿Eres tú…?

Finalmente subió el telón de ante raído color granate, dejando tras de sí una nube de polvo que apenas atravesaban los haces de luz. La escena pareció así más realista, como cuando en el fragor de la batalla se enturbia la visión fruto de las partículas de pólvora, tierra y tejido humano.

Los focos me cegaban, redoblaba mi corazón, el nudo en la garganta cedía, y ya sólo era capaz de distinguir el resplandor de las incandescentes esferas, como si una sábana de luz separará el escenario del patio de butacas. Ya no había marcha atrás.

“Juegos de guerra” se llamaba la obra, y yo representaba a Sadam Husein. Ataviados con vestuario confeccionado con bolsas y materiales reciclados, manejando tanques de cartón y con el Guernica como telón de fondo, interpretamos la obra de trasfondo antibélico que siempre recordaría.

Mientras escribo estas líneas, me doy cuenta de que no soy totalmente consciente de qué le dije hace un par de semanas. Tampoco recuerdo el final de aquel teatro. De hecho, aún no ha se ha echado el telón…

¡Gracias Rafa!

Sobre el autor

Iñigo

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