Autor lucce

marzo 13, 2019

No negaré que el apellido de Ubieto, José Ramón, psicólogo y profesor de la UOC que, habitualmente toca, escribe y reflexiona en torno a infancia y adolescencia, y conocido por sus obras relacionadas con el trabajo en red y el TDAH, supuso un gran atractivo a la hora de acercarme al libro “Niñ@s Híper. Infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas”, (NED Ediciones, 2018) obra que ha escrito al alimón con Marino Pérez Álvarez, Catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo, un gran descubrimiento, todo sea dicho de paso, para futuras lecturas. Pero la propia temática del mismo, el acercamiento a las realidades infanto-juveniles en la actualidad y a la interacción que los adultos mantenemos con ellos y ellas, también ejerció de imán para priorizar su lectura frente a otros títulos.

Y es que, como acertadamente apuntaba nuestro estimado Cosme, Ubieto tiene la capacidad de leer muy bien la época actual y extraer orientaciones en nuestra práctica cotidiana. Si a todo ello le sumamos el planteamiento formal de “Niñ@s Híper”, esto es, la propuesta de analizar las infancias actuales como si de una conversación entre Ubieto y Pérez se tratase (y, de hecho, se trata), pues las expectativas frente a esta obra partían bastante altas y, afortunadamente, se han cumplido sobradamente.

De esta forma, en sus casi 200 páginas, Ubieto y Pérez van reflexionando en torno a un buen número de aspectos que contextualizan y definen cómo son los niños y niñas en los tiempos actuales y también cómo se les entiende desde el mundo adulto. En ese sentido, los paradigmas o tendencias ideológicas que marcan el momento histórico actual, en el marco occidental, influyen sobremanera en los procesos educativos que mantenemos y ejercemos. Así, como corresponde a la era del homo consumus, niños y adultos se igualan identitariamente, según los autores, “ya no por la vía de los ideales, sino a través del objeto del consumo común”.

A partir de ese rasgo, Pérez y Ubieto tratan de describir y lo hacen, a mi juicio, muy acertadamente, las características principales de una infancia hiperpautada y, a su vez, hiperregulada, es decir, unos niños y jóvenes con la vida muy estructurada o monitorizada y, al mismo tiempo, abandonados para afrontar sus ritos de paso, sin un acompañamiento vital adecuado, de forma que se apoyan en los objetos y los incesantes estímulos para superar esas transiciones. Unido a ello, viven en la época en la que todo puede etiquetarse, una forma, según los autores, evidente de “colonización de la infancia” que sirve para apaciguar las ansiedades de los padres y madres pero que, a la postre, se queda ahí, en poner un nombre. “Hoy se clasifica más que se acompaña”, afirman. No me puede parecer más adecuada esta frase.

Derivado de esa pasión por el naming, los niños asumen sus etiquetas, las interiorizan y, taponando sus propias subjetividades, comienzan a comportarse según corresponde al tag. De esta forma, se cae en lo que señalan como Mcdonalización de la infancia, es decir, la homogeneización caracterizada por atribuir al diagnóstico y a la cifra todo el valor, excluyendo las explicaciones de los propios sujetos a sus sucesos, y respondiendo a través de soluciones medicalizadas, sin escuchar al principal implicado. De hecho, los dos siguientes capítulos de la conversación entre Ubieto y Pérez, se dedican a desgranar dos ejemplos claros de síntomas correspondientes a dicha Macdonalización: el TDAH y la bipolaridad infantil. También aluden a otros aspectos de la infancia actual como la agresividad de hijos hacia padres, la cultura de la (sobrevaloración de la) autoestima como factor contraproducente y, nuevamente, la tendencia a medicar a las primeras de cambio.

Ante todo ello, no sé si a modo de posibles soluciones, el último capítulo está dedicado a plantearse o plantearnos cómo podemos seguir siendo interlocutores válidos de los niños y niñas del siglo XXI. Es francamente interesante todo lo que apuntan en él y, aparentemente, aportan unas vías que pueden resultar fáciles aunque no podemos olvidar, como hemos mencionado al principio, que para poder llevarlas a cabo o ponerlas en práctica, los adultos hemos de saber despojarnos y ser conscientes de todo lo que tenemos a nuestro derredor y que nos lleva, efectivamente, a colonizar la infancia de nuestros hijos e hijas.

Despojarnos de una excesiva y perjudicial “fidelidad a los hijos a medida que el ideal de pareja declina”; hemos de dejar de ver a nuestros hijos “como salvavidas” y, su vez, como generadores de “angustia y miedo a equivocarse y no cumplir con su parentalidad positiva como se les recomienda (…) burn-out parental, un agotamiento emocional producido por ese estar centrado en el niño, casi como un estilo de vida”.

Hemos de pelear contra esos influencers para los niños que crecen en redes sociales y que dejan el papel de los adultos en entredicho. Hemos de considerar, en definitiva, que el mundo adulto vive en un momento de infantilización generalizada, en el que ya no hay adultos responsables. Con todo, las pautas básicas (espero me perdonen los autores el empleo de esa palabra cuando se ha criticado la excesiva tendencia a pautarlo todo) que proponen serían recuperar la conversación, el aburrimiento y el juego. Nada más y nada menos.

Y para acabar este muy recomendable libro, qué mejor que acabar con un sonoro ¡VIVA LA INFANCIA! que expresan Marino Pérez y José Ramón Ubieto como conclusión y reivindicación de una etapa de descubrimiento, de curiosidad, en el que no se exijan rendimientos propios del mundo adulto, una etapa en la que acompañemos a los niños y niñas y no les estemos evaluando y controlando constantemente, permitiendo los fracasos y permitiendo, por tanto, que ellos y ellas encuentren sus soluciones.

En definitiva, un libro francamente interesante, escrito de una forma ágil, aunque a veces se manejen términos muy especializados propios del ámbito de la psicología, y que recomendamos encarecidamente tanto a profesionales que trabajan con niños, niñas y jóvenes y también, por supuesto, a todas las madres y padres.

Sobre el autor

lucce

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  1. Buenas! ¿Alguien sabe o tiene algún proyecto realizado por un educador o educadora en un colegio o instituto sobre educación ambiental?
    Muchas gracias de antemano!

  2. ya no solo es el colegio, si hasta las mismas diversiones ya son un proceso de seleccion de los mas aptos

    los niños ya no disfrutan, ahora trabajan: tienes que ser el mejor, tienes que ser el mas rapido, el mas hiperactivo, el mas hipersexual (¿¿¿¿¿pedofilia?????), el mas hiperconectado (supongo que se referira al internet y toda la modernidad informatica con que vuelven loca a la gente, que cuando ya has aprendido a usar el aparatito de los cojones, ahora ya no sirve porque ha salido otro)

    si al fin y al cabo no es mas que obligacion a aprender, aprender, aprender, aprender deprisa, muy deprisa, cuanto mas deprisa mejor, estres, estres, estres, estres, estres, estres, estres, estres, mas estres, mas estres todavia, todavia mas estres aun,……

    si no es en clase es en casa y si no en la calle, pero siempre esta en un puto proceso de seleccion, joder que asco de vida

    ¿¿de verdad ya disfrutan de algo ahora los niños y jovenes?? si parece que todo sea para dar por culo…..

    estan obligados a ganar, ganar, ganar, ganar, ganar, juegan solo por ganar, no por divertirse, me recuerda a las tragaperras, que no se juega por diversion, sino por ganar, igual que se hace todo ahora

    me recuerdan a los ludopatas de las tragaperras, que no ven diversion en un juego, sino posiblidad de ganar dinero, y nada mas, no van a divertirse, sino a ganar, como si fuera un trabajo, son como una especie de usureros avariciosos o algo asi

    ¿¿¿¿¿TENDRAN LOS PROCESOS DE SELECCION QUE AHORA (Y DESDE HACE YA AÑOS) SE LES INCULCAN A LOS ÑIÑOS ALGO QUE VER CON EL GUSTO POR LAS TRAGAPERRAS QUE TIENEN LOS JOVENES AHORA?????

    ************

    joder, yo, cuando iba a las maquinas o a las barracas era para divertirme, era conseguir un objetivo , pero era una diversion, no un trabajo:

    -si en el billar no podias meter ninguna bola tuya, le puteabas al contrario dejandole la bola blanca mal para que o bien toque una bola tuya (2 tiros o bola en mano) o directamente te meta una bola tuya (ademas de ayudarte, 2 tiros o bola en mano), era unas risas, ¿¿¿me suspenden o me castigan si pierdo??? ridiculo

    -cuando iba a los autos de choque (en navidad sobre todo que era cuando era barato) no iba a enemistarme con la gente: todo lo contrario, era un descojono, acababas haciendo amigos, que al final todos los gamberros nos poniamos juntos para chocarnos entre nosotros, era un espectaculo, ¿¿le veias por la calle y te peleabas con el porque te ha chocado fuerte?? (o viceversa) que cojones, todo lo contrario, le saludabas y te saludaba, o el te saludaba a ti, y nos reiamos

    -la maquina de los petacos era mas individualista, pero se jugaba a dobles, triples o 4 a la vez, era unas risas ver como te puteaba la maquina para colarte la bola y tu golpeabas para evitar que se cuele, entre otras trampas que la hacias, hablabas con los otros jugadores que decian «tira a esta diana» o «tira a los pasillos de arriba» o «ten cuidado de no dar aqui porque rebota mal y se te cuela»……. pero era imposible evitar que se colase, era una bola impredecible y traicionera, y eso era lo divertido y lo que hacia que aunque solo fuesen 2 reboteadores, 4 dianas a un lado y al otro, un agujero en medio, pasillos arriba y abajo a los lados, y poco mas, fuese divertido y anti-monotono ¿¿tecnologia?? ¿¿modernidad?? por dios….¿¿¿era necesario??? en absoluto ¿¿¿me iban a suspender o castigar si no llegaba a nosecuantos millones para que me diesen otra partida gratis??? es ridiculo pensar esl ¿¿¿habia que estudiar para jugar???si solo eran unas combinaciones de dianas de colores que se bajaban al darlas con la bola, las rojas un premio, las verdes otro, las amarillas otro y las azules otro, las 4 de un lado otro, y las 4 del otro lado otro, joder, que no habia que ser pitagoras…..

    jugaba por diversion, no por obligacion, como parece que se hace todo ahora

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