Autor lucce

diciembre 4, 2019

Hace escasas semanas, en plena campaña electoral para las generales, algún compañero o compañera compartió la información de que una candidata del partido VOX en no sé qué provincia era Educadora Social. No sé si ejercía como tal o, simplemente, había acabado los estudios en dicha titulación. Sea como fuere, dicho anuncio originó cierto revuelo o, al menos, la mayor parte de la gente que comentó la jugada se llevaba las manos a la cabeza aseverando que ser educador social es incompatible con pertenecer a un grupo político de ultraderecha.

Ciertamente, resulta chocante entender una adscripción ideológica como la mencionada y trabajar en este gremio. Básicamente porque, en principio, fundamentamos nuestro trabajo en la defensa y respeto a los derechos humanos y, ciertamente, algunas declaraciones de algunos dirigentes de VOX no parecen ir por ahí.

Admitamos, por otra parte, y siendo consciente de caer en cierta generalización o arquetipo, que la nuestra es una profesión muy asociada a posiciones políticas progresistas o de izquierdas. Se podría decir que es casi inherente y que nuestra propia práctica socioeducativa está tiznada de una importante carga ideológica, de esta carga ideológica. No sé, en todo caso, si alguien que vota, qué sé yo, al PP o a Ciudadanos, por mencionar posiciones políticas de tendencias conservadoras, podría ejercer o no este trabajo. Entiendo que, obviamente, poder puede, es decir, para trabajar como Educadora o Educador Social no se pide carné de afiliado o afiliada a ningún partido, faltaría más, pero entiendo que comprendéis hacia dónde quiero llevar el debate.

Por otro lado y aludiendo, en cierta forma, a esa supuesta mayoría progresista que parece prevalecer en el seno de nuestra profesión y coincidiendo con mi reciente lectura del interesante y, a la vez, polémico libro de Daniel Bernabé (trabajador social titulado, por cierto, si no recuerdo mal) “La trampa de la diversidad”, me han sobrevenido muchas de las posiciones que, a menudo, mantenemos en nuestro colectivo respecto a determinados grupos. En ese sentido, es bueno que defendamos a minorías y personas que, de base, parten con desventaja social. Va en nuestro ADN profesional. El problema es que, a veces, hemos defendido lo indefendible y, sin querer, hemos dado la espalda a mucha otra gente. O no les hemos prestado la misma o la suficiente atención. Creo, con todo, que podríamos establecer un claro paralelismo con lo que le ha ocurrido a buena parte de la izquierda en los últimos años.

Por ejemplo, cuando a veces por querer defender hasta la extenuación, pongamos, el derecho al acceso a una vivienda digna (objetivo más que loable, claro), se han podido llegar a justificar ocupaciones que impiden a sus propietarios acceder a sus casas, posicionándonos, llegado el caso, de espaldas a todo un barrio o un pueblo. Y, en estos casos, puede que esta parte de la población acabe acudiendo a los brazos de posiciones que, como comentábamos antes, sí parecen estar en las antípodas de nuestras supuestas posiciones ideológicas. De nuevo el paralelismo con lo que le ha ocurrido a buena parte de la izquierda (¿les suena Trump, Brexit, VOX?)

En este sentido, creo que me expliqué mejor en este par de párrafos de este artículo que escribí en EducaBlog en enero del 18:

Sigo creyendo firmemente en que nuestra línea tiene que seguir basándose en la prevención, en la incidencia en las causas expuestas, en la educación social. Pero también creo que las y los profesionales que nos decantamos por esto y apostamos por lo expuesto, debemos escuchar esas voces que piden otras formas de actuación, aunque no las compartamos. Creo que debemos redoblar esfuerzos para, aun manteniendo nuestro discurso, no alejarnos de la población que pide una respuesta más eficaz, más visible. No podemos situarnos exclusivamente en un plano teórico, situarnos como gurús, lejos del suelo que pisan, que pisamos todas las personas. Tendremos que acompañar a los chicos y chicas que cometen delitos, claro, pero también a las personas que les han sufrido y, en ese sentido, creo necesario recordar que identificar las causas que pueden explicar estos fenómenos violentos y que nos sirven para trabajar, no justifican, no pueden justificar estos episodios. Y creo necesario recordarlo porque veo que, muchas veces, se nos olvida.

De hecho, personalmente, considero que algunos de estos chicos y chicas tienen que ser plenamente conscientes de que lo que han hecho es muy grave. Insisto: se les podrá acompañar, se podrá estar al lado de ellos y ellas para hacerles ver que, en algunos casos, lo que han hecho tiene o puede tener una explicación pero que esa explicación no les exime de responsabilidad y que sus actos han de tener consecuencias. Si no somos capaces de transmitirles eso, si no son capaces de comprender esa relación causa-efecto, a mi juicio, no les estaremos ayudando.

Estimo, a su vez, que un alejamiento por nuestra parte de la gente de a pie, si damos una precaria respuesta a estos acontecimientos, sin querer, estamos dando alas a voces que pretenden imponer modelos excesivamente autoritarios, excluyentes y discriminatorios. En muchas ocasiones, estos sucesos son el caldo de cultivo ideal para demandas que contravienen los derechos de muchas personas (menores y adultas). También nos tocará estar ahí para contrarrestarlos, claro, pero, como decía, igual podemos hacer más para desactivarlos previamente.

Y todo esto, perdonen que insista, también me recuerda un pequeño fragmento de una de mis últimas lecturas (‘Ilska. La maldad’, de Eiríkur Örn Norðdalh), novela que, entre otros temas, trata el ascenso de la extrema derecha:

En muchas ciudades pequeñas de Alemania Oriental, los neofascistas se dedican a organizar actividades benéficas en los barrios pobres. Los miembros de más edad protegen a los niños en el camino a la escuela, crean jardines de infancia con inspiración ideológica y se ocupan de los menos favorecidos.

Al mismo tiempo, los izquierdistas leen a Zizek en las bibliotecas universitarias y sacuden la cabeza mientras escriben blogs.

Pues eso, que nos toca reflexionar a las Educadoras y Educadores Sociales políticamente sobre nuestras actuaciones. Se barruntan tiempos duros en este sentido y creo que hemos de estar preparados y preparadas para saber dónde, cómo, con quién y para qué estamos y ser conscientes de los errores y aciertos cometidos. La influencia política en nuestra profesión es más que evidente y reivindicable, como, de hecho, así lo reafirmó el maestro Marco Marchioni en su discurso de clausura del Congreso de Educación Social de Sevilla.

Sobre el autor

lucce

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