Todo comienza con una frase que comparto con mi alumnado cuando hablamos sobre la mediación: «Hay que hacer el vacío, porque si tú no te vacías los demás no caben» Carlos Giménez.
Es difícil el trabajo de un educador social, ya que ha de renunciar a ser el protagonista de la historia, ha de escuchar más que hablar, ha de desconocer más que saber ( tal y como diría mi amigo Cosme).
Empatía, humildad, horizontalidad, cercanía… vínculo … palabras que van muy unidas a esta profesión, pero que a veces, paradójicamente «vaciamos» de contenido porque las desgastamos de tanto decirlas y de no ponerlas en práctica. O al menos, no como deberíamos. La razón… porque es muy duro aprender a vaciarse, aprender a ser conscientes y gestionar nuestros prejuicios y aparcar nuestros juicios. Todas las personas tenemos prejuicios, es decir, ideas preconcebidas sobre personas y/o colectivos que condicionan nuestros actos. Y la consciencia es el primer paso para que podamos gestionarlos.
Cuando nos enfrentamos al abismo de un primer encuentro con una persona, tendemos a llenar los silencios con palabras, los miedos con prejuicios y las inseguridades con juicios. Y durante el proceso de la acción, luchamos por no caer en culpabilizar a la persona cuando no vemos avances, por que es ella quién no quiere, sólo queremos nosotros… Es complicado encajar el golpe de que o bien no es el momento o bien no hemos sabido hacerlo… En este caso, la opción más fácil es culpabilizar al otro.
Continuando con las dificultades, en una sociedad en la que la imagen y la exhibición de la vida privada en las redes está a la orden del día, nosotros debemos ser «invisibles», debemos aspirar a desaparecer y a a ser «prescindibles» para las personas para las que trabajamos…
Es complicado encajar tanto vacío y tanta renuncia del yo, del ego tan en boga en una sociedad individualista. La Educación Social no es ajena a estas tensiones entre el ego y el vacío, pero la profesión necesita de reflexión constante para no perder el norte. Y no estoy apelando a una reflexión en las más altas esferas, sino a una reflexión individual en la cabeza pensante de cada educadora y educador social.
Porque aprender a vaciarse es un ejercicio primero de consciencia sobre las propias inseguridades y prejuicios y después, de práctica y autocrítica para aprender a gestionarlos.
Aún hoy en día, después de casi 20 años de trayectoria en la Educación Social, me doy cuenta de que me sigue costando «vaciarme» cuando trabajo junto a mi alumnado. He aprendido a soportar los silencios y me he mantenido expectante, reservando y retardando mis aportaciones lo más posible. Pero aún así, sigo profundizando cada día en la construcción de ese vacío que nos permite el privilegio de poder llenarlo con el «saber» de las personas con las que trabajamos.
Magistral.
Me ha venido a la mente Jodorowsky y la búsqueda sigilosa del yo profundo, para curar al nosotros.
El director de la asociación de educadores de calle donde trabajé durante años nos solía decir que “a la naturaleza no le gusta el vacío”. Muchas veces basta con ser pacientes y esperar al lado, sin meter prisa, el tiempo que haga falta…
Necesité un tiempo para entender que el “proactivismo” acaba generando dependencia…
El "proactivismo" sigue siendo un talón de Aquiles en nuestra profesión. El objetivo no es actuar por actuar, la actividad tiene que ser un medio y no un fin. Algunas veces seguimos pensando primero en qué hacer antes de los para qués y los por qués.
¡Gracias por vuestros comentarios ! 😉