Autor lucce

mayo 20, 2021

Sí, lo admito. Hace unos cuantos años yo era uno de los que decía, en algunas de las formaciones que impartimos como EducaBlog sobre TICs, que las redes sociales eran una herramienta neutra y que la responsabilidad de sus efectos radica en el uso que le dieran las personas usuarias. En cierta forma, éramos una especie de tecnoutópicos que sólo veíamos el reverso positivo de las mismas, su potencialidad como herramienta democratizadora que daba voz a todo el mundo. Y sí, aunque sigo pensando que son muchas las partes positivas relacionadas con los medios de comunicación social, he de admitir que tras leer “Antisocial. La extrema derecha y la ‘libertad de expresión’ en Internet” (Capitán Swing, 2021) escrito por Andrew Marantz mi impresión sobre este mundo ha cambiado considerablemente.

La tesis de la obra de Marantz, a mi modo de ver, se fundamenta en un símil que establece con una fiesta. Una fiesta que sus organizadores deciden crear de puertas abiertas a todo el mundo, a la que cualquiera tiene acceso, sin ningún tipo de control. Al principio, el evento tiene ese carácter festivo, pero poco a poco algunos de los asistentes a la misma empiezan a tener comportamientos ofensivos, los cuales no son cortados por no parecer aguafiestas y finalmente la cosa se acaba yendo de las manos y para cuando se quiere poner coto a dichos comportamientos es demasiado tarde.

Ahora traslademos la metáfora del autor al tema del libro, a Internet y sus plataformas de comunicación social, espacios creados por jóvenes empresarios que comenzaron a detectar que lo que más pasta daba era generar contenidos que activaban emociones, contenidos que luego eran compartidos ad infinitum sin importar en exceso que fuesen verdaderos o falsos. Además, explica el periodista estadounidense de la prestigiosa revista New Yorker, ninguno de esos responsables empresariales encontraba ningún tipo de cortapisas a sus actuaciones, ya que, a diferencia de otros ámbitos como el farmacéutico o el educativo, en el incipiente mundo de la comunicación social no había ningún tipo de regulación pública. Por tanto, ancha es Castilla. Pasad, pasad a la fiesta y expresaos sin miedo, decid lo que queráis, emocionaos y enfrentaos en nuestra fiesta de la libertad… o algo así.

O sea, desde esa perspectiva tecnoutópica, no sabían el uso que se le iba a dar a los medios sociales y no se esforzaron en reflexionar sobre el mal uso que se podía hacer de ellos, no se percataron de que tenían que existir unos cimientos basados en el diseño y en la educación que procurasen que los cambios que esos medios iban a conllevar fuesen positivos.

Y claro, pasó. Los trolls empezaron a ganar hueco en esos medios, partiendo de la clave de que, como se puede leer en Antisocial, por muy ridículo o perjudicial que sea lo que dices, si tienes éxito memético (de meme), tu mensaje puede puede extenderse a toda la cultura. Y ese hueco o ese éxito se da gracias a generar conflicto, el cual crea atención y la atención, al fin, como dice uno de los entrevistados por Marantz, es influencia. Y además, en esos conflictos, los trolls tienen todas las de ganar: si respondes a sus provocaciones, amplificas sus mensajes; si los ignoras, puedes parecer complaciente o cómplice; si los corriges te das cuenta que, muchas veces, la corrección no cambia mentalidades; si actúas con ira, les alimentas; etcétera.

Con todo, llega el momento en que, como se puede leer en esta obra, “en los últimos 20 o 30 años no oías a nadie diciendo esas cosas. Ahora, de repente, se sienten autorizados”. Se expresan auténticas barbaridades basándose en un absolutismo de la libertad de expresión. “El propósito de postear mierda, más allá de provocar, parecía ser insensibilizar a los oyentes o lectores: decir lo indecible una y otra vez hasta que que el siniestro odio llegara a parecer una cosa más de internet”.

De esta forma, con medios sociales activando emociones y con posteadores de mierda que saben aprovechar la coyuntura se consiguió que un tipo como Trump (“todo lo que él era incitaba un pico máximo de emociones activadoras, positivas o negativas. Era un meme viral”) llegase a ser presidente de los EEUU. Y bueno, creo que ya sabemos todos cómo acabó la cosa, ¿no?

Afortunadamente, las más de quinientas páginas de Andrew Marantz no sólo sirven para exponer este recorrido, este ensayo en el que se describe esta activación de la ultraderecha, ese espacio atractivo para muchos chavales vulnerables, “chavales que necesitan ser desradicalizados”. Ahí hay propuestas y ahí entramos nosotras, las educadoras y educadores sociales. 
Una de las claves que subraya en varias ocasiones Marantz para tratar de hacer frente a todo esto es el de cambiar cómo hablamos, para cambiar quiénes somos (vocabulario moral). Un planteamiento que profundizó, reflexionó y promovió el filósofo estadounidense Richard Rorty. Así, para acabar esta reseña sobre “Antisocial”, copio un fragmento de la misma como gran enseñanza que creo debemos aprovechar las personas que trabajamos en el mundo de la Educación y la Intervención Social si no queremos, por ejemplo, ver comportamientos como los que, desgraciadamente, estamos viviendo en las últimas horas ante los desgraciados hechos de Ceuta:

“La forma en que una sociedad se habla a sí misma – a través de libros, películas populares, escuelas y universidades, medios de comunicación – determina las creencias de esa sociedad, su política, su propia cultura. ¿Por qué, después de casi un siglo de segregación legalizada, empezó a aprobar Estados Unidos leyes antisegregación? No era el resultado del arco inevitable de la historia, o de que los estadounidenses blancos finalmente estuvieran a la altura de su carácter intrínsecamente noble. Más bien fue posible gracias a décadas de trabajo intelectual y político de organizadores, predicadores, artistas y todo tipo de personas, muchas de las cuales eran percibidas como marginales, que de forma gradual fueron señalando el camino hacia un mejor vocabulario moral. Aún así, el arco también podía doblarse en la otra dirección. ¿Cómo cayó la Alemania de Weimar, una de las sociedades más progresistas de la Europa moderna, en la locura salvaje? Fue posible, en parte, porque los alemanes pasaron mucho tiempo tratando la locura bárbara como algo inconcebible, y entonces su sentido de lo que era concebible comenzó a cambiar.

Rorty afirmaba que la transición de un vocabulario moral a otro sucede a grandes rasgos de forma análoga a un cambio de paradigma en la ciencia. Antes de la era moderna se creía que el sol giraba alrededor de la tierra; ahora todo el mundo, salvo unos cuantos conspirativos en internet, creen lo contrario. Este cambio no sucedió porque el sol decidiera intervenir en la vida humana, revelando así su propia naturaleza. En su lugar, varios científicos aprendieron a hablar de esa forma hasta que, al final, todo el mundo aprendió a hablar así. “El mundo no habla – escribió Rorty – Sólo nosotros lo hacemos”. Cambiar cómo hablamos es cambiar quiénes somos”.

Sobre el autor

lucce

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