En una Barcelona decimonónica y prejuiciosa, Claudia una joven de la burguesía catalana huye de la vida que le acecha. Un padre indolente, una madre enferma, un hermano discapacitado y la ruin familia paterna que los sustentan completan su universo.
La muerte de su madre y el enfrentamiento familiar la hacen huir a Roma donde su periplo vital se entrelazará para siempre con el de María Montessori, la gran pedagoga. Recibirá su amparo y también la semilla de su vocación: la educación puede cambiar el mundo.
Pero el cambio es arduo. Menores con discapacidad, recluidos en un asilo y sin ninguna estimulación, jugando con unas migas de pan, abren los ojos de Claudia a la posibilidad de una educación más alejada del reconocimiento mnemotécnico y enraizada en el ritmo natural de cada niño, el afán de conocimiento y su propia autonomía.
Los obstáculos son muchos, incluso las contradicciones. La propia Maria Montessori, inspiración de Claudia la protagonista, no podrá evitar sucumbir a las presiones sociales de su época dejando que su hijo sea criado por una familia ajena para no contrariar sobre todo a su entorno académico y social, lo que hubiera puesto en peligro sus logros profesionales.
La dicotomía mujer-pedagoga está muy presente en la vida de ambas protagonistas, haciendo que sean constantes las elecciones que un pasado recurrente les obliga a realizar, sobre todo a Claudia personaje sobre el que se sustenta la trama más novelesca del libro de Marga Durá.
El coraje, el empeño y el trabajo de las dos mujeres, acompañadas de un variado universo femenino que retrata algunos clichés de la época, las llevarán a hacer de su método de enseñanza un hito de la educación, que no ha perdido vigencia 130 años después. Hoy en día son numerosos los colegios que, manteniendo la esencia, continúan favoreciendo la creación de un espacio seguro de aprendizaje, que posibilita el juego como llave para el desarrollo de aptitudes y capacidades.
PD. Crítica realizada por nuestra amiga Mónica Pablos